Los observé uno por uno y llegué a la conclusión de que reflejaban lo que la universidad enseña. Ante mis ojos se posaban dibujos "de ciencia", por así decirlo: ecuacíones físicas, máquinas, torres de electricidad, instrumentos de laboratorio, un satélite, antenas, etc. También pude toparme con dibujos "de letras": dibujos locos que no sé ni que significan, ilustraciones del invento de la escritura, dibujos sobre el hombre, el cine. Y por último encontré representaciones del saber en general: historia, inventos, civilizaciones, qué se yo. Estos tres tipos de caminos que mis ojos recorrían en el mural estaban conectados.
Me sentía segura de lo que yo creía que representaban aquellas pinturas. Hasta hoy. Esta vez sí hasta hoy, cuando mi profesor de Fundamentos de la Información dijo a la clase que el mural trataba sobre otra cosa: la humanidad. Prefiero pensar que no estaba del todo equivocada y que simplemente esa otra hipótesis era una más, igual de verdadera que la mía. Entonces fui al mural, me paré frente a él y pensé en lo que pasó por mi cabeza aquel día en la puerta del baño y en lo que dijo mi profesor. Me di cuenta de que en verdad las dos ideas se complementan: Los colores y las formas se mezclan para representar los avances, cambios, inventos, pasos, que se dan en el mundo, en la historia. Sin esos pasos nosotros, los caminantes, no tendríamos un soporte para seguir en pie, para crear, para analizar, para pensar.
El mural comienza en una pared y termina ocho paredes después. Muestra una parte de la vida, no toda. Existe un antes, sucesos que no estan ahí. Y existe un después, hechos que ya pasaron que no se pueden ver ahí y otros que aún no nacen. Justo ahí, en los que no se crean aún, entran las personas. Muestran el carné universitario, cruzan la puerta, llegan al mural, caminan por él y lo dejan detrás, cuando ingresan a sus clases. En ellas dejan la historia atrás, el mural; y crean otra, la de su futuro.
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