“Nunca había soñado una cosa semejante” me comentó llorosa Graciela Chávez, su amante, recordando aquel sábado, el sábado que marcó su vida. La madrugada en la que lo iban a envenenar, Marcelo Fernández se despertó cansado a las 3:40 y prendió un cigarro, haciendo tiempo hasta que llegara el camión con los trabajadores. Había tenido una pesadilla monstruosa en la que gritaba a todo pulmón mientras corría sin parar por unos campos de maíz y un enorme espantapájaros lo perseguía, pero pese a eso se encontraba algo tranquilo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario