lunes, 20 de septiembre de 2010

Espantapájaros y gritos silenciosos


“Nunca había soñado una cosa semejante” me comentó llorosa Graciela Chávez, su amante, recordando aquel sábado, el sábado que marcó su vida. La madrugada en la que lo iban a envenenar, Marcelo Fernández se despertó cansado a las 3:40 y prendió un cigarro, haciendo tiempo hasta que llegara el camión con los trabajadores. Había tenido una pesadilla monstruosa en la que gritaba a todo pulmón mientras corría sin parar por unos campos de maíz y un enorme espantapájaros lo perseguía, pero pese a eso se encontraba algo tranquilo.

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